Muchos animales poseen recursos sensoriales acústicos que nos sorprenden por su valor estético, muy cercano a nuestras manifestaciones artísticas musicales. Algunos musicólogos atribuyen cualidades musicales a los sonidos emitidos por los cetáceos y las aves, afirmando incluso que en sus variaciones regionales hay similitudes con rasgos culturales de la música humana. Las ballenas y los pájaros pueden producir sonidos con matices sorprendentes en diferentes tesituras, con ritmos y estructuras musicales que se asemejan a algunas composiciones escritas por músicos. El canto de ballenas y delfines es de un refinamiento acústico notable y nos ofrece melodías extrañas de singular belleza. Su comunicación mediante sonidos y ultrasonidos produce una serie de cantos y lenguajes muy complejos y sugerentes.
Pero el canto y las voces animales deben entenderse solo como sonidos y melodías identificables por el oído musical humano, porque no se reconoce una verdadera armonía musical ni un sentido estético. La música que pueden apreciar completamente los animales es la hecha exclusivamente para sus oídos. Los intentos por elaborar música para animales, sobre todo para gatos y perros, han ofrecido resultados generalmente poco agradables para el oído humano. Tampoco la música compuesta para monos, pese a su cercanía con nosotros, es apta para humanos, ya que para que puedan oírla está escrita en tonos muy agudos, de altas frecuencias de vibración.
Pero, ¿cuántas de nuestras mascotas parecen disfrutar escuchando la música que nos gusta? Los experimentos realizados con diferentes animales concluyen que no son capaces de apreciar cualquier tipo de música humana, pero su empatía y fidelidad nos lleva a pensar que comparten hasta nuestros gustos musicales. Por otra parte, el dicho popular de que “la música amansa a las fieras” está avalado por investigadores que creen que se puede hacer música para relajar a nuestros animales, algo muy interesante en lugares donde se concentran, como las granjas, los refugios o las clínicas veterinarias. Está comprobado que los animales perciben la música y su ritmo, caracterizados por su ordenación regular y coherente, y reconocen timbres y esquemas sonoros variados.
Muchos compositores a través de la historia han evocado o imitado sonidos de animales en sus creaciones. El mismísimo Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) introdujo en el tercer movimiento de su Concierto para Piano nº 17 en Sol Mayor, K. 453 (1784) la transcripción de una melodía que era capaz de cantar su estornino. Parece que estos pájaros tienen una gran habilidad para imitar y Mozart le enseñó a cantar la melodía en cuestión. En la zarzuela Doña Francisquita (1923) de Amadeo Vives (1871-1932), la soprano en la romanza La canción del ruiseñor imita el canto del pájaro cantor por excelencia con picados de gran virtuosismo. Entre las obras maestras dedicadas al mundo animal se pueden destacar La Gallina (1728), de Jean-Philippe Rameau (1683-1764), en la que se escucha claramente el cacareo del ave, El Carnaval de los Animales (1886) de Camille Saint-Saëns (1835-1921), el Catálogo de los Pájaros (1956–58) de Olivier Messiaen (1908-1992) o Los pájaros (1928) de Ottorino Respighi (1879-1936). La suite El Carnaval de los Animales de Saint-Saëns es un arca de Noé musical con la presencia de leones, gallinas, tortugas, canguros, elefantes y burros entre otros animales, aderezada con cierta dosis de humor.
El mundo sonoro de los insectos, con sus primitivos sistemas sensoriales, ha inspirado partituras que no pasan desapercibidas como El vuelo del moscardón de Rimsky-Korsakov (1844-1908) o Las avispas de Vaughan Williams (1872-1958). Los peces tienen su homenaje musical en el famoso quinteto de Franz Schubert (1797-1828) Die Forelle (La Trucha), que debe su nombre a su cuarto movimiento, un conjunto de variaciones sobre un tema anteriormente escrito por Schubert en el lied Die Forelle. La letra de esta popular canción vienesa establece una irónica analogía entre la trucha capturada por un pescador y la muchacha seducida por un joven.
Tampoco hay que perderse el divertido Duetto buffo di due gatti o Dúo humorístico de dos gatos (1825) de Gioachino Rossini (1792-1868), cuya letra, interpretada por dos sopranos, consiste básicamente en la repetición de la onomatopeya “miau”. El cuento Pedro y el lobo (1936) es una composición sinfónica de Serguéi Prokófiev (1891-1953) en la que los animales tienen un papel muy relevante. Es una obra para niños, con música y texto con un narrador acompañado por la orquesta, en la que los animales están representados por diferentes instrumentos musicales: el Pájaro por la flauta travesera, el Pato por el oboe, el Gato por el clarinete y el lobo por la trompa.
Entre los compositores que han usado magistralmente los sonidos de animales para hacer música, también podemos destacar al músico Adriano Banchieri (1568-1634), que compuso el Festino (1608), que en el contrapunto Bestiale a la mente emplea voces humanas para imitar animales. Acompañadas del bajo continuo, las sopranos imitan el canto del cuco, las contraltos el de las lechuzas, los tenores el maullido de los gatos y los barítonos el ladrido de los perros.
En la Biblioteca Central y en la lista “voces y cantos de la naturaleza” de Spotify están a vuestra disposición muchas de estas obras musicales.
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