por María Fernández Bermúdez. Alumna de Trabajo Social de la UNED
Es un hecho que el ciudadano occidental, en general, basa su existencia en un consumo desbordante de productos y servicios, guiándose por una doctrina cuya máxima se resumiría en “ir a la última-estar de moda”. El puro acto consciente de comprar un ordenador sabiendo que en la fábrica se está produciendo a la vez otro de una generación más avanzada, demuestra este ansia derrochadora. Nuestro ritmo de vida ha pasado de ser rápido a ser frenético, y las relaciones sociales se limitan a puros encuentros fugaces en restaurantes o centros de ocio.
Ante este panorama es paradójico, o quizás alentador, que una multinacional como Disney, haya apostado por hacer un largometraje de animación cuyo protagonista podría ser considerado el antihéroe del siglo XXI: Carl Fredricksen, un anciano solitario y malhumorado que acaba de perder a su esposa, y a quien le atormenta la idea de no haber hecho realidad los sueños de su mujer. [Leer +]
Ante este panorama es paradójico, o quizás alentador, que una multinacional como Disney, haya apostado por hacer un largometraje de animación cuyo protagonista podría ser considerado el antihéroe del siglo XXI: Carl Fredricksen, un anciano solitario y malhumorado que acaba de perder a su esposa, y a quien le atormenta la idea de no haber hecho realidad los sueños de su mujer. [Leer +]
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